sábado, 5 de marzo de 2011

LA VERDAD SOBRE LA ERUPCIÓN DEL VOLCÁN ‘LA CORONA’ DE LANZAROTE


 
Por Agustín Pallarés Padilla
(LA PROVINCIA, 21-VI-1983)


El señor Xavier Domingo, prestigioso periodista del semanario Cambio 16, viene publicando ultimamente una serie de reportajes sobre Lanzarote que todos sus habitantes debemos, en principio, agradecerle por cuanto suponen de propaganda para la isla, máxime teniendo en cuenta la gran difusión que esta revista alcanza en todo el territorio nacional y gran parte del extranjero.
Sin embargo, con todos los respetos que su categoría de escritor me merece, me creo en la obligación, en mi calidad de informador turístico de Lanzarote, en cuyo cometido incluyo la preocupación por procurar que la información sobre la isla sea lo más veraz posible, de hacer algunas precisiones o, si se me permite, correcciones, a ciertas <<enormidades>> de orden científico en que el citado señor incurre en su artículo “Fósiles vivientes en Lanzarote”, publicado en el número 600 de la mencionada revista.
Por ejemplo, cuando afirma que la actividad del volcán La Corona se extendió por lo menos desde trescientos millones hasta cinco millones de años atrás.
Si el señor Xavier Domingo se hubiera equivocado en un milenio de más o de menos, o en varios milenios incluso, yo no habría tenido nada que objetar, pues estos periodos de tiempo no suelen tener en términos geológicos mayor trascendencia. ¡Pero por tantos millones de años...!
Como índice demostrativo del calibre de semejante ‘despiste’, baste decir que hace trescientos millones de años ni siquiera se había producido aún la escisión del primitivo supercontinente Gondwana que dio lugar a la apertura del océano Atlantico. La isla de Lanzarote misma no nació sino muchísimo tiempo después, hace, según se cree, alrededor de unos once millones de años, cifra a la que, por lo dificilmente precisable que es, se le suele dar un margen de unos cuantos millones de años arriba y abajo.
En cuanto respecta concretamente a la datación del episodio volcánico relacionado con La Corona, de acuerdo con las conclusiones de los expertos recogidas en varias monografías y otros estudios insertos en obras de mayor extensión dedicados a esta característica zona volcánica de nuestra isla, el nacimiento de esta montaña y formación del gran túnel anejo debe remontarse cuando mucho a algunos miles de años solamente, alrededor de los tres mil según los más, no excediendo la duración del fenómeno eruptivo en conjunto, con toda probabilidad, de unos cuantos meses, aunque este particular no ha podido ser comprobado.
Para darse cuenta de que los volcanólogos no deben andar muy descaminados en sus apreciaciones cronológicas es suficiente con echar una simple ojeada a los terrenos que constituyen esta parte de la isla, que aunque no pertenecen unicamente a La Corona, son todos de volcanes de la misma época más o menos. Enseguida se advierte que no pueden ser demasiado antiguos, pues los materiales que los integran apenas han sido alterados por la meteorización. Sólo esos cinco millones de años transcurridos desde el momento en que el señor Domingo dice haber sufrido el volcán sus últimos espasmos sería suficiente para que toda aquella masa de lavas y escorias revueltas hubiera estado ya enterrada bajo una gruesa capa de polvo residual. En consecuencia, el tramo de túnel sumergido en que se encontraron los supuestos fósiles vivientes, de ningún modo ha podido servir de reducto en que se hayan conservado vivos estos animalitos desde esos doscientos millones de años en que el autor asegura que penetraron en él, por la sencilla razón de que entonces el túnel aún no existía.
Por otro lado, en contra de lo que parece darse a entender en el artículo, no toda la lava que forma esta amplia zona del Malpaís de la Corona procede, ni mucho menos, sólo de este volcán. Hubo otras bocas de emisión, como he dicho un poco más arriba, que contribuyeron en buena medida a configurar este gran manto de lava petrificada de unos 18 Km2 de superficie.
Esos centros efusivos, en unión de varios más que no afectaron al Malpaís de la Corona con sus productos, forman parte de unos episodios volcánicos más amplios que se produjeron en esta parte norte de la isla a favor de una gran fractura de cuando menos 6 Km de longitud que desgarró la corteza terrestre en sus capas profundas permitiendo el ascenso del magma hasta que pudo ser perforada por las respectivas chimeneas de salida. En la actualidad son perfectamente reconocibles, salvo alguna excepción, por la existencia de los respectivos conos de piroclastos que se levantaron en torno a ellos. Son, incluyendo tanto los que afectaron al Malpaís de la Corona como los que no tuvieron nada que ver con él, enumerados de poniente a naciente, los que siguen: La Quemada de Máguez, La Montaña de los Helechos, Las Calderetas (en los mapas llamada erroneamente La Cerca), La Corona y La Quemada de Órzola.
Sin embargo, en opinión de los volcanólogos, este colosal episodio eruptivo no se inició con ninguno de los volcanes que acabo de enumerar, sino que estuvo precedido por la apertura de un enorme agujero, algo desviado de la alineación general, que se sitúa a un par de kilómetros al E de La Corona, en el paraje denominado Las Peñas de Tao, quizás conectado a la chimenea central del volcán de La Corona. Dicho agujero fue consecuencia de la incontenible presión de la materia ígnea ascendente, al desgarrar el suelo rocoso fragmentándolo en grandes bloques que fueron luego arrastrados por la impetuosa corriente de lava líquida que manaba a borbotones. Estos bloques erráticos pueden verse todavía diseminados por la zona, muchos de ellos anclados a considerable distancia del punto de partida como mudos testigos del cataclismo de fuego que los originó. Por otra parte, el ingente caudal de lava eyectado hizo retroceder en arrolladora avalancha varios kilómetros la línea litoral entonces existente.
Este centro de emisión no formó cono o montaña por haber arrojado solamente materiales fluidos. Fue el que más contribuyó a la creación del gran campo lávico que nos ocupa, correspondiéndole a él solo más de la mitad de su superficie, o sea, casi todo el sector que se extiende al N de una línea imaginaria trazada desde Las Peñas de Tao hasta Punta Escamas. Se supone que deba encontrarse cubierto por productos posteriores de alguno de los volcanes próximos a La Corona o La Quemada de Órzola.
Fue precisamente La Quemada de Órzola el volcán que reventó a continuación. Pero al parecer, al contrario de lo que había ocurrido con el anterior, éste arrojaría muy poca lava, consistiendo la mayor parte de sus productos en cenizas y lapillis.
Le tocó luego el turno a La Corona. Fue el mayor de toda esta serie de volcanes y el más espectacular, sin duda alguna, en sus manifestaciones eruptivas. Aparte del material de proyección aérea con que edificó su empinado cono, emitió abundantes riadas de lava que fluyeron hacia el mar siguiendo cursos diversos. Uno de estos brazos de lava, el más pequeño de los tres reconocibles, después de colmatar las depresiones que encontró a su paso, vertió por el acantilado de Famara precipitándose en impresionante cascada desde una altura de unos 400 m por el portillo de Las Rositas, al NO del volcán, y tras ganar la costa, aumentó el solar de la isla en varios centenares de metros más. Otra de las coladas tomó rumbo NE, rebasó al vecino volcán de La Quemada de Órzola lamiendo su base y girando luego hacia el N se introdujo también en el mar formando al O del puertito de Órzola el pequeño “malpaís” de La Quemadita. La tercera de estas corrientes de lava, que fue la que alcanzo mayor magnitud, fluyó en dirección SE, y luego de aumentar gradualmente de anchura, terminó como las otras introduciéndose en el mar, formando la línea de costa que se extiende entre Punta Escamas y Punta Mujeres, en un espacio de kilómetro y medio aproximadamente. Fue en el interior de esta masa lávica donde se fraguo el imponente túnel de Los Jameos, considerado como una de las mayores grutas volcánicas del mundo con sus 6 Km sobrados de longitud sin contar la parte que queda sumergida bajo el mar, dos de cuyas porciones constituyen las famosas cuevas de Los Verdes y de Los Jameos del Agua, bien conocidas en los medios turísticos nacionales e internacionales por su exótica belleza.
Se cita finalmente como volcán de importante contribución al acrecentamiento de esta extensa plataforma lávica el de La Quemada de Máguez, contiguo a La Montaña de los Helechos, de cuyas entrañas se piensa que brotó una gran colada que luego de ganar el Valle de Máguez y discurrir entre las montañas de Los Llanos y de La Atalaya, se precipitó pendiente abajo e hizo retroceder asimismo el mar en un frente que va desde Punta Mujeres hasta Arrieta, quedando con esto terminada la pavorosa erupción múltiple.
Como se ve, entre la exposición que el señor Xavier Domingo hace de los fenómenos volcánicos relacionados con La Corona y esta versión que pudiéramos calificar de oficial existen unas diferencias tan abismales que, sinceramente, pienso que estas aclaraciones que ofrezco aquí destinadas al lector deseoso de una información auténtica y veraz, son de una perentoriedad casi inexcusable. El arte literario es una de las más bellas manifestaciones del intelecto humano, pero su belleza queda sin duda realzada si se engalana con los ornamentos de la verdad que instruye.

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