martes, 1 de febrero de 2011

VOLCANES DEL SIGLO XVIII EN LANZAROTE


 
Agustín Pallarés Padilla

(De una conferencia organizada por la Academia de Ciencias e Ingenierías de Lanzarote que di el 13 de julio de 2005 en la sociedad Democracia de Arrecife).


La erupción volcánica que tuvo lugar en Lanzarote en la primera mitad de la década de los 30 del siglo XVIII ha sido, con gran diferencia, la mayor de cuantas se han producido en Canarias en tiempos históricos.
Como pruebas elocuentes de la magnitud alcanzada por esta enorme conflagración telúrica están la larga duración que alcanzó, la extensión del terreno cubierto con sus lavas y piroclastos –lapilli en particular–, de más de 200 Km2, y el número de bocas de emisión que en ella se abrieron, que fue de una treintena larga sin contar las secundarias o adventicias, incluidas las cuales se duplicaría cuando menos el total.
Esta erupción se produjo a favor de una gran fractura tectónica arrumbada de ENE a OSO que rasgó el subsuelo de la isla, siendo sus volcanes extremos en tierra firme los del Quemado por el lado de poniente, distante 1 Km al NE del caserío costero de El Golfo, y el de Montaña Colorada por el de naciente, situado a un par de Km al NO del pueblo de Masdache, volcanes que están separados entre sí por una distancia de 14 Km.
Pero la fractura debió prolongarse con toda seguridad a uno y otro lado bastante más. Prueba de ello son los volcanes submarinos que surgieron en pleno océano a cierta distancia de la costa por el lado de poniente. Así lo cuenta el cura de Yaiza entonces, Andrés Lorenzo Curbelo, testigo presencial de los hechos, en su conocido ‘Diario’: “Hacia el NO de Yaiza se veía salir del mar mucho humo y llamas con tremendas detonaciones, y por todo el mar de Rubicón, es decir, por la costa O, se observaba lo mismo”.
En cuanto al otro extremo, el de naciente, se da la circunstancia de que justo en la prolongación de la alineación de los volcanes del siglo en estudio, pero a una distancia de una veintena larga de Km de Montaña Colorada, próximo a la costa de Guatiza, existe un pequeño volcán de no más de 100 m de diámetro en la base por unos 10 de altura sobre el suelo, cuyas laderas y borde superior del cráter se hallan revestidos de rocas y piedras escoriáceas de lava petrificada de color negruzco, como requemadas, que aparentan haberse formado en tiempos muy recientes geologicamente hablando. De la existencia de este curioso volcancillo publiqué un escrito en la revista Lancelot el 14-2-1997 y di cuenta personalmente a algunos volcanólogos conocedores de esta problemática en la isla para una posible datación del mismo sin que hasta ahora, que yo sepa, se haya hecho nada por estudiarlo.
Una de las facetas de esta erupción que merece un comentario especial más detallado es la de su duración. Los seis años que normalmente se le atribuyen basándose en la fecha de finalización del 16 de abril de 1736 que da el geólogo alemán Leopold von Buch, y no el cura de Yaiza, ya que este dato no figura en su ‘Diario’ como suele creerse, sino que es una aseveración que hace von Buch por su cuenta, sin aportar, por cierto, ningún aval documental que la confirme, es uno de los errores de mayor envergadura en que se incurre al tratar esta erupción, siendo no obstante aceptada como dato auténtico por historiadores y geólogos sin siquiera someter la cuestión al más mínimo análisis crítico. Pero es practicamente seguro que la erupción terminó en 1735 y no en 1736, pues de este último año no se conocen referencias históricas, ni explícitas ni implícitas, que permitan inferir la existencia en Lanzarote de la menor actividad volcánica.
Esta manida fecha del 16 de abril debe corresponder, con toda probabilidad, al pretendido milagro de la detención de la lava por intercesión de la Virgen, tal como figura en la cruz que para conmemorar el suceso se colocó en aquel lugar, si bien con el año cambiado por algún error desconocido.
Confirma esa fecha por aproximación un documento en que se dice que el 1º de abril de ese año de 1735 se reunieron en Tinajo un grupo de vecinos que ante el temor de que la aldea fuera alcanzada por las lavas que se aproximaban decidieron ante escribano, en nombre de todos sus habitantes, elegir “por especial protectora a la Virgen María con el título de Los Dolores para que con su intercesión libre este lugar de las ruinas del volcán de que se halla amenazado”.
Como se ve, la reunión de vecinos se produjo un par de semanas antes de la fecha que da von Buch como final de las erupciones en lo que al mes respecta, y siendo así que según todos los indicios el volcán que produjo esa colada fue el que puso término definitivamente a la actividad volcánica de aquellos años, es muy probable que la misma se detuviera unos días después, el 16 de dicho mes, en el punto señalado, si bien esto no es seguro, pues en otro documento del 1º de mayo siguiente el Hacedor de Lanzarote pide instrucciones al Cabildo catedralicio sobre lo que deba hacer dado “el lamentable estado de la isla con los estragos de los volcanes”, lo que cabría ser interpretado en el sentido de que la actividad volcánica continuaba aún en esa fecha.
Otro argumento de peso en apoyo de la finalización de las erupciones en 1735 es que así lo declaran diversos autores que escribieron en años en que aún vivían testigos presenciales de las mismas. Entre ellos se cuentan tres ingenieros militares, Antonio Riviere, que estuvo en Lanzarote durante varios meses entre 1741 y 42; Francisco Gozar, que estuvo algunos años en Canarias a mediados del siglo, y José Cermeño, que residió en Lanzarote varios meses por 1772. Todos ellos dicen expresamente, en sendas obras suyas, que los volcanes cesaron en 1735.
También es determinante en este sentido el testimonio del historiador canario Pedro Agustín del Castillo, que escribió en años subsiguientes a la erupción, quien en su obra Descripción histórica y geográfica de las Islas Canarias dice textualmente que el volcán “reventó el día viernes 1º de septiembre del año 1730, a las diez de la noche, en la aldea de Chimanfaya y repitió, abriendo diversas bocas, cuatro años”.
En cuanto respecta a la identificación del volcán emisor de la colada basta con consultar un mapa geológico de la isla para comprobar que el mismo no pudo ser otro que el conocido en la actualidad como Montaña Colorada, situado exactamente 4 Km al S del punto en que se detuvo la corriente de lava en cuestión, pues el de La Montaña de las Nueces, al que algunos atribuyen tal hecho, se sabe que es anterior, pues se encontraba en plena actividad en febrero de 1733, ya que fue el que expulsó la enorme colada que se dirigía hacia Arrecife en febrero de ese año en que se encontraba en Lanzarote el obispo Dávila y Cárdenas, según nos lo hace saber el propio prelado en sus Sinodales al declarar, refiriéndose al puerto de Arrecife, “Dios quiera conservarlo del volcán, del que se encuentra amenazado”, colada que terminó por verter al mar por Los Mármoles.
Expuestas estas consideraciones previas pasemos a comentar algunos de los volcanes más destacados de los que surgieron en esta gran erupción.

La Caldera de los Cuervos.-El primer volcán en abrirse fue casi con toda seguridad el conocido hoy a nivel popular con el nombre de La Caldera de los Cuervos, al que le cupo el triste honor histórico de inaugurar las erupciones de aquel siglo sembrando el pánico entre los habitantes de la aldea de Chimanfaya la noche del 1 de septiembre de 1730. Se halla situado a menos de 3 Km al NO del pueblo de Conil, y ha adquirido en años recientes cierta notoriedad por haberse celebrado en el interior de su cráter algunas sesiones de la llamada música visual, con gran protesta, por cierto, por parte de grupos ecologistas.
Con el nombre de este volcán se ha creado ultimamente un gran confusionismo por influencia, paradojicamente, de los modernos medios de información, habida cuenta de que la función de los mismos debe ser la de favorecer la cultura y no la de entorpecerla, no siendo raro leer en los periódicos artículos o reportajes en que se le llama Volcán del Cuervo y otras variantes improvisadas por sus autores, totalmente ajenas a la tradición toponímica popular. El nombre auténtico, el que le ha venido dando la gente llana del pueblo desde tiempo inmemorial, a este volcán es, según me han afirmado viejos residentes de la comarca, este de La Caldera de los Cuervos que aquí le doy, el mismo, por cierto, que le da también el geólogo español E. Hernández-Pacheco en su obra Por los campos de lava, producto de sus observaciones sobre la isla cuando estuvo en ella en 1907, durante la cual se hizo acompañar por informantes de las diferentes comarcas que iba recorriendo.
Este nombre debe venirle, evidentemente, de algunas parejas de estas aves que anidarían en sus escarpes más inaccesibles, tal como lo siguen haciendo en la actualidad, o al menos hasta no hace muchos años.
Se trata de un volcán de dimensiones más bien reducidas si tomamos como referencia comparativa el tamaño medio de los volcanes de la isla, pero sin embargo la caldera o cráter es proporcionalmente grande y de paredes arriscadas, hallándose su fondo a más de 15 m por debajo del terreno exterior en que se asienta el volcán.
La parte norte de la pared crateriana es algo más baja que el resto, presentando por dicho lado una abertura a modo de portillo por el que años atrás entraban los camiones para extraer picón o lapilli del fondo con el que enarenar los campos de cultivo. Frente mismo a esta embocadura, a unos 150 m de distancia, anclada en el mar de lava que rodea al volcán, sobresale una mole rocosa que debió ser el trozo que la taponaba que la presión arrolladora de la lava que rellenaba el cráter arrancó y depositó allí.
Que fue el primer volcán en reventar se deduce del hecho de haber sido el único volcán de aquellos años cuyo cráter recibió abundante cantidad de lapilli negro. La explicación a este fenómeno sería la siguiente: El segundo de los volcanes en entrar en actividad, que se puede dar por seguro que fue el que llaman hoy La Caldera de la Rilla, juega un papel clave para determinar lo que intento demostrar aquí. Dicho volcán tuvo como nota más sobresaliente el haber sido el que emitió las enormes nubes de lapilli de las que nos hablan algunos documentos de la época, fenómeno confirmado por el hecho de que ocupa el centro del territorio cubierto por esas arenas, de no menos de 7 a 8 km de radio, y no tener prácticamente ningún material de esa naturaleza en su interior.
En consecuencia, si La Caldera de los Cuervos es el único de los volcanes que entonces se formaron en cuyo cráter cayó abundante material piroclástico del que estamos hablando, es decir, arena negra o lapilli del expulsado por el segundo de los volcanes en reventar, el de La Caldera de la Rilla, ello demuestra, sin ningún género de dudas, que La Caldera de los Cuervos se formó antes que él, es decir, que fue el primero de cuantos entraron en actividad en aquellos años.
Que este volcán de La Caldera de los Cuervos fue el primero de cuantos entonces se abrieron ya lo advirtió además el geólogo alemán Leopold von Buch, pues así lo manifiesta en el siguiente pasaje de su trabajo ‘Physicalische Beschreibung der Canarischen Inseln’, escrito con los datos que recogió durante su visita a Lanzarote en 1815: “Esta primera erupción ocurrió al E de la Montaña del Fuego, a medio camino aproximadamente entre esta montaña y la del Sobaco”. A lo que añade más adelante: “Era evidente que la lava había salido de una sola boca, que podría estar situada aproximadamente entre Tinguatón y Tegoyo”.
Estas declaraciones apuntan claramente hacia la situación de La Caldera de los Cuervos, ya que ésta se encuentra poco desviada del punto de intersección de las coordenadas trazadas entre los lugares referidos, cumpliéndose con bastante aproximación la condición expresada en el primer párrafo de hallarse a media distancia de las dos montañas que en él se citan, las del Fuego y la del Sobaco -hoy llamada de Juan Bello- dándose además la favorable condición de no haber ningún otro volcán de esa época en torno a ese punto en un área bastante amplia aparte de los de Las Nueces y Montaña Colorada, sobre cuya fecha de erupción hay seguridad plena de haberse producido años más tarde.
En qué pudo basarse von Buch para alcanzar estas conclusiones no lo sé, pero hay que tener en cuenta que cuando él visitó la isla, en 1815, sólo habían transcurrido ochenta y cinco años de la formación de este volcán, ya que eso ocurrió, como es sabido, en 1730, por lo que no es nada descabellado pensar que pudo conocer gente que, aunque muy niños entonces, debieron conocer a su vez y tratar a fondo a personas adultas coetáneas con las erupciones sabedoras de cuál fue el primer volcán y dónde se encontraba la aldea contigua de Chimanfaya que destruyó dada la notoriedad que el suceso debió alcanzar en la isla. Esto aparte de que pudo hallar algún documento que lo indicara.
Sobre la emisión de lava de este volcán y los caseríos que destruyó nos informa el cura de Yaiza Andrés Lorenzo Curbelo en su famoso Diario con las siguientes palabras:
El 1º de septiembre de 1730, entre 9 y 10 de la noche, se abrió de pronto la tierra a dos leguas de Yaiza, cerca de Chimanfaya. Desde la primera noche se formó una montaña de considerable altura, de la que salieron llamas que estuvieron ardiendo durante diecinueve días seguidos. Pocos días después se abrió una nueva sima y una arrolladora corriente de lava se precipitó sobre Chimanfaya, sobre Rodeo y sobre una parte de Mancha Blanca.
Sobre este texto hay que hacer, sin embargo, las siguientes precisiones: Que no fue “unos días después”, como en él se dice, cuándo el volcán destruyó la aldea de Chimanfaya, sino dentro de las primeras veinticuatro horas de iniciarse la erupción, tal como lo acreditan otros documentos de la época más fidedignos por directos. Que el nombre de la segunda aldea no debió ser Rodeo a secas, sino El Rodeo, con artículo, tal como se consigna en escritos contemporáneos y puede deducirse por el de la montaña homónima que aún lo conserva, cerca de la cual se hallaría. Y que la otra aldea de Mancha Blanca que en él se cita no es la así llamada en la actualidad sino otra del mismo nombre que entonces existía con diferente ubicación, que debió ser un par de Km al S de donde se encuentra ahora.
Siete días después –continúa el cura de Yaiza– se levantó con un ruido atronador una gran roca surgida de las profundidades de la tierra que obligó a la corriente de lava a dirigirse hacia el NO y ONO en lugar de seguir hacia el N”.
Esta gran roca se cree que sea la ‘mole rocosa’ a que aludía unos párrafos más atrás que fue desgajada de la pared del cráter por la enorme presión del magma que lo rellenaba.
La lava -prosigue el manuscrito- alcanzó entonces, con mayor velocidad, y destruyó, los pueblos de Jarretas y Santa Catalina, situados en el valle”.
El nombre del primer pueblo se escribe Las Jarretas en otros documentos más fidedignos.
El 11 de septiembre -concluye- se renovó la fuerza de la corriente de lava. De Santa Catalina cayó sobre Maso, quemó y cubrió totalmente la aldea y se precipitó luego como una catarata de fuego en el mar con un ruido horrible durante ocho días seguidos. Luego todo se calmo”.
Llegado a este punto de la transcripción del Diario del cura Curbelo debo advertir que esta versión no es la que hasta ahora ha estado circulando entre historiadores y científicos que, como se sabe es la que trae el geólogo español Eduardo Hernández-Pacheco, la cual, como es sabido, es producto de tres traducciones, una primera del original español al alemán de von Buch; otra del alemán al francés, y una tercera del francés al español de nuevo. La que aquí uso es una traducción hecha por mí, revisada por Juan Jorge Erhart, austriaco, directamente de la versión alemana de von Buch, libre de algunos errores de traducción producidos en la de Hernández-Pacheco.

La Caldera de la Rilla.-El segundo de los volcanes en entrar en erupción es practicamente seguro que fue el conocido en la actualidad con el nombre de La Caldera de la Rilla, que reventó el 10 de octubre siguiente y no el 18 de ese mes como dice El Diario, según lo acreditan documentos de la época más fidedignos.
Su situación es 1’5 Km al NO del anterior, a unos 3’5 Km al OSO del caserío de Tinguatón, la pequeña barriada de Tinajo. Es un volcán que queda muy a trasmano al hallarse enclavado en pleno corazon del extenso campo de lava formado allí en aquel siglo alejado de las carreteras, por lo que para llegar a él hay que adentrarse en esta zona por veredas muy pedregosas apenas insinuadas, de las llamadas por esta razón ‘señalos’ por las gentes de la comarca.
En el mapa militar de 1949 se le llama Caldera de Santa Catalina, con toda seguridad por confusión con la montaña de ese nombre contigua, a la que, para mayor complicación, dejan innominada.
Ya en la edición última de 1986 se corrige el error por indicación del que esto escribe, si bien privándolo del artículo inicial que, en mi opinión, debe llevarlo.
Las faldas exteriores se hallan revestidas de una gruesa capa de lapilli renegrido del que sobresalen unos pedruscos escoriáceos sueltos del mismo color. Sin embargo las paredes interiores ostentan el característico color rojizo que presentan muchos de los cráteres de los volcanes que se abrieron en aquellos años. Pero su característica más notable se encuentra en el fondo, el cual presenta un matiz oscuro, como fuliginoso, y está abombado y cruzado a lo largo por una ostensible grieta con ramales laterales a modo del gráfico con que se suele representar un rayo o la raíz alargada de una planta, fenómeno éste único en los volcanes de la isla.
Cuando visité este volcán por primera vez, en junio de 1982, quedé sorprendido de hallar en sus faldas exteriores una colonia, no muy escasa por cierto, de la hierbecilla suculenta Aichryson tortuosum, cuyos individuos, con sus regordetas hojuelas coloradas y áureas florecillas (a lo que precisamente alude su nombre genérico, del término griego ‘chryson’, oro), ocupaban las partes que quedaban resguardadas del sol por los pedruscos mayores, sorpresa que obedecía a que estos pequeños vegetales son más bien propios de las húmedas alturas del N de la isla.
Sin embargo el nombre no lo recibe el volcán de esta planta, sino de otra de distinto género, la Silene vulgaris, llamada en la isla ‘rilla’, nombre de origen portugués. Se trata de una hierba erecta, de aspecto frágil, cuya característica más llamativa es la de tener el cáliz inflado, en forma de pequeño cántaro, por cuya boca salen los blanquecinos pétalos en disposición radial, hierba que, según me han contado, crece con cierta profusión dentro de la caldera. Por lo curioso que resulta no me resisto a dar la etimología del componente genérico del nombre de la planta. Proviene del personaje mitológico llamado Sileno, compañero de Baco, el dios del vino, quien de tanto beber tenía el vientre hinchado, habiendo recibido la planta este nombre por la forma inflada del cáliz a que he hecho referencia.
Este volcán tiene todos los visos de tratarse del que se abrió encima o próximo a la aldea de Santa Catalina el 10 de octubre de 1730 de que nos hablan algunos documentos de aquellos años que expulsó las enormes nubes de lapilli de color azabache que les comenté al tratar de La Caldera de los Cuervos. La mayor parte de estos materiales piroclásticos pueden verse todavía cubriendo un área de no menos de media docena de kilómetros en derredor suyo tapizando las montañas antiguas y otras parcelas de terreno que por su relieve más elevado no pudieron ser alcanzadas por las coladas emitidas por volcanes posteriores.
De los devastadores efectos de este volcán nos habla un escrito fechado el 17 de octubre de 1730, es decir, siete días después de iniciarse su actividad, enviado por el Cabildo de Lanzarote a la Real Audiencia de Canarias, que en extracto dice lo siguiente:
De presente ha reventado otro volcán en 10 del corriente [o sea, de octubre], con la circunstancia de haber abierto dos bocas muy cerca la primera de la iglesia quemada de Santa Catalina y la otra de Mazo, echando por ésta tanto fuego y arenas que a distancia de tres y cuatro leguas se siente la incomodidad que obra en la vista y el daño que hace en los tejados y tierras, pues se sabe por cierto que la vega de Tomaren, las vegas del pueblo con que confina y otras muchas de particulares, con los lugares de Testeina, Guagaro, Conil, Masdache, Guatisea, Calderetas y San Bartolomé con sus distritos se hallan ya tan perdidos por lo que han subido las arenas que las tierras están incapaces de cultivo; los aljibes y maretas sin agua, perdidas totalmente las acogidas y las casas casi tapiadas, el cual estrago también se toca en la Geria Baja, la Vega del Chupadero y parte de Uga”.
Creo que a pesar de tratarse de un testimonio documental coetáneo de las erupciones se comete error en el mismo al atribuir -según parece entenderse- el protagonismo de la expulsión de las grandes nubes de piroclastos a la boca que se abrió próxima a Maso, pues es practicamente seguro que la que produjo estos efectos fue, tal como les dije más atrás al hablarles de La Caldera de los Cuervos, la contigua a Santa Catalina. Por los datos en que se da a entender su situación en los documentos de la época, el poblado de Maso tuvo que encontrarse cuando menos unos dos o tres kilómetros más hacia el ONO, o sea al N de Las Montañas del Fuego, mientras que el próximo a Santa Catalina no pudo ser otro que este de La Caldera de la Rilla, no sólo por su cercanía a la aldea de su nombre, según es fácil colegir por los topónimos que se han conservado hasta nuestros días que hacen referencia a la misma, como La Montaña de Santa Catalina ya citada y La Peña de la Iglesia de Santa Catalina, situada ésta un par de kilómetros más al SO de la montaña, sino porque, como ya apunté más atrás, es además el único volcán de las erupciones de aquellos años cuyo cráter se halla libre de la capa de lapilli negro que fue expulsada entonces, quedando con ello demostrado que fue él el que la expulsó, dándose además la reveladora circunstancia de que el espesor de las arenas expulsadas decrece a medida que las mismas se alejan de él como corresponde a su calidad de foco emisor, ocurriendo otro tanto con su granulometría, es decir, con el tamaño de los granos de arena. En esta ocasión es el ‘Diario’ del cura de Yaiza, en el que se refleja también con suma crudeza lo acaecido en la isla en esos días con la lluvia de piroclastos procedente de este volcán, el que precisa con claridad su situación, si bien equivocándose en la fecha. Veámoslo.
El 18 de octubre (error, como tengo dicho, por el 10, según lo atestigua el documento anteriormente expuesto, y otros de la época más fiables en este sentido) se formaron tres nuevas aberturas inmediatamente sobre la calcinada Santa Catalina que arrojaron densas nubes de humo. Con ellas se esparció por los alrededores una increíble cantidad de lapilli, arena y cenizas, cayendo por todas partes gruesas gotas de agua como si lloviera. Los truenos y detonaciones de estas erupciones y la oscuridad producida por las cenizas y el humo hicieron huir más de una vez a los aterrorizados habitantes de Yaiza y comarca circundante, pero terminaban por regresar, ya que las explosiones que se producían no parecían ocasionar mayores daños.
El 28 de octubre –continúa el documento–, después de haberse mantenido la actividad volcánica en igual estado durante diez días, cayó muerto el ganado en toda la comarca asfixiado por las emanaciones pestilentes que caían en forma de gotas. El 30 de octubre todo se calmó, pero sólo dos días después, el 1º de noviembre, surgieron de nuevo humo y cenizas, continuándose así sin interrupción hasta el 20. El 27 vertió una colada con increíble velocidad pendiente abajo, alcanzó el mar el 1º de diciembre y formó una isleta alrededor de la cual yacían muertos los peces. El 16 de diciembre la lava cambió de curso, y dirigiéndose más hacia el SO alcanzó a Chupadero y quemó el 17 todo este lugar, y a continuación la fértil vega de Uga, sin extenderse más lejos. El 7 de enero surgieron de dos nuevas aberturas coladas incandescentes seguidas de un humo espeso que era atravesado por una gran cantidad de brillantes relámpagos rojos y azules acompañados de truenos como en las tormentas, lo cual era para los lugareños tan nuevo como espantoso, pues en la isla no se conocían las tormentas”.
Obsérvese que mientras el documento anterior de 17 de octubre habla de dos bocas que se abrieron distanciadas una de otra, éste, aunque habla de tres, las sitúa sobre Santa Catalina sin nombrar la de Maso del otro documento, lo cual, tal como apuntaba antes, se ajusta más a lo observable sobre el terreno. Con toda probabilidad las tres bocas quedarían pronto reducidas a una de mayor tamaño. Precisamente al pie mismo de este volcán, por su lado E, quedan restos de un volcancillo adventicio que muy bien pudo haber sido una de esas tres bocas. De otra parte, una prueba de la ligereza con que este texto fue traducido es esa afirmación de que en la isla no se conocían las tormentas eléctricas, cosa impensable como afirmación en un isleño como era el cura de Yaiza.

La Montaña de Timanfaya.-Otro volcán cuya descripción no puede faltar en la serie de los más relevantes de esta erupción es el llamado en la actualidad de Timanfaya en textos y mapas y por la gente del pueblo La Montaña del Fuego. Resulta ocioso explicar su situación y características físicas, pues es de todos bien conocido por la enorme relevancia turística que ha alcanzado a nivel internacional de unos decenios acá.
La cita más antigua de este nombre aplicado a una montaña de la isla, si bien ligeramente alterado en la forma Temanfaya, data de las postrimerías del siglo XVIII en que figura en la obra de Alejandro von Humboldt, Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente, quien, como es sabido, pasó por estas islas en 1799 en su viaje hacia América. Dice al respecto este célebre naturalista alemán que al volcán que arrasó la parte más fértil de Lanzarote en 1730 lo llamaban sus habitantes “Temanfaya”. Y es muy posible, en efecto, que al primer volcán en reventar, el llamado, como he dicho, La Caldera de los Cuervos, se le llamara en los años subsiguientes a su erupción, si no de Temanfaya o Timanfaya, sí de Chimanfaya por hallarse muy próximo al pueblo de este nombre, al que, como he dicho, destruyó en su primer día de actividad. Pero de ser así, queda bien claro que el que recibió tal denominación fue aquél y no el llamado Montaña de Timanfaya ahora, el cual se encuentra a algo más de 4 Km de distancia a naciente de este de Timanfaya.
Cómo pudo producirse la transferencia del nombre del pueblo, o del volcán que de él lo había recibido, si es que tal ocurrió, al que lo lleva en la actualidad, no se sabe. Mas tuvo que ser, con toda seguridad, por vía literaria o cartográfica, pues en las poco menos que exhaustivas indagaciones de campo que he llevado a cabo con gente de edad avanzada de las localidades circunvecinas, no he podido encontrar a nadie que lo conociera por ese nombre de Timanfaya, Temanfaya o Chimanfaya, sino siempre por el de La Montaña del Fuego, o bien en plural las Montañas del Fuego cuando se referían al conjunto o conglomerado volcánico formado por el mayor de Timanfaya y las bocas adventicias que lo rodean.
Otro punto polémico sobre este volcán es el relativo a la época de su formación, pues mientras unos geólogos creen que existía ya desde siglos antes de la erupción que nos ocupa, otros niegan tal posibilidad basándose en su aspecto de manifiesta recientez. Yo me alineo decididamente con los segundos. Y no sólo por esa razón de modernidad, que en mi opinión es bien clara, sino, sobre todo, por la siguiente argumentación que considero de una contundencia incontestable: Como he dicho al ocuparme de La Caldera de la Rilla, dicho volcán expulsó una ingente cantidad de lapillis negros con los que una superficie de no menos de 6 a 8 Km en derredor del mismo quedó cubierta de una espesa capa de tal material. En consecuencia, todos aquellos conos volcánicos que se encuentren dentro de esa área afectada por las arenas negras que presenten una cobertura de lapillis rojizos en lugar de negros, tienen que ser, indefectiblemente, de formación posterior a La Caldera de la Rilla, y pertenecer por ende a esta gran erupción del siglo XVIII, en cuyo caso se encuentra la montaña de Timanfaya, ya que su color es rojizo y bastante pronunciado además.
Pero si bien, como se acaba de ver, este volcán tiene que ser de la erupción del siglo XVIII, no se sabe, sin embargo, con seguridad, en qué año se formó. No obstante, según conclusiones de los volcanólogos que lo han estudiado más a fondo, tal evento debió tener lugar o bien ya bien avanzado el año 31 o en el 32, que son precisamente de los que menos noticias se tiene sobre la erupción, especialmente del último.

La Montaña de las Nueces.- Otro de los volcanes destacados de esta erupción fue el de La Montaña de las Nueces, situado a unos 3 Km al ONO de Masdache, el penúltimo en abrirse de toda la serie de aquellos años.
Sus faldas están recubiertas en sus partes bajas por una gran cantidad de pedrezuelas escoriáceas porosas y calcinadas de poco peso que se hunden facilmente bajo los pies al caminar sobre ellas haciendo un ruido parecido al de las nueces al ser removidas, de donde pienso que deba venirle el nombre. Exteriormente, por su flanco NE, presenta dos grandes agujeros al modo de los típicos ‘jameos’ del Malpaís de la Corona, uno mayor, de unos 20 por 9 m, que se abre un poco más arriba del pie de la montaña, y otro más pequeño, redondo, profundo, con aspecto de pozo, de unos 5 a 6 m de diámetro, situado a media ladera por encima del anterior.
Por estos agujeros se ve el comienzo de una gran caverna tubifome que, según me ha dicho gente que vive por allí, enlaza con La Cueva de los Naturalistas, situada detrás de Masdache. Desde esta cueva el tubo volcánico continúa hasta el casco del pueblo de Mozaga, lo que le supone ya a esta gruta, desde el volcán que la formó hasta este pueblo, una longitud de 7’5 Km en línea recta, sobrepasando por tanto con ello, holgadamente, al renombrado Tubo Volcánico de los Jameos en El Malpaís de la Corona, del que forman parte La Cueva de los Verdes y Los Jameos del Agua, que sólo mide en tierra firme, también en línea recta, unos cinco quilómetros y pico. Y ello sin descartar la posibilidad de que el que estamos comentando continúe más allá de Mozaga durante 5 Km más por lo menos, pues a esa distancia, y en la misma colada lávica, se encuentra La Cueva de las Lagunas, situada al SO de Nazaret, que por sus características bien pudiera ser continuación de la anterior.
La cantidad de lava que arrojó este volcán fue enorme, lo que para un profano en volcanología pudiera resultar sorprendente habida cuenta del pequeño tamaño del cono que formó. Pero es sabido que el tamaño de un cono volcánico no se halla en proporción con la lava que ha expulsado, sino de los piroclastos o fragmentos sólidos de magma que ha arrojado hacia lo alto, que son los que cayendo en torno a la chimenea o boca de emisión forman la montaña o cono.
La lava de este volcán, muy fluida, se desparramó hacia naciente en un amplio frente de más de 2 Km de anchura, rodeó la Montaña de Juan Bello, fraguando al N de la misma La Cueva de los Naturalistas, continuó hacia Mozaga, rebasó el lugar en que se encuentra este pueblo, se bifurcó luego en dos brazos, dirigiéndose uno hacia el N, que se detuvo a un par de Km antes de llegar a la costa por La Caleta de Famara, mientras el otro giró hacia el SE, pasó junto a Tahíche y dirigiéndose hacia el S terminó por introducirse en el mar en donde está ahora el Puerto de los Mármoles, un poco por encima del castillo de San José, habiendo recorrido en total una distancia de unos 20 Km.
Otro ramal tomó rumbo S, alcanzó el angosto paso de Tegoyo, cerca de Conil, salvado el cual continuó discurriendo pendiente abajo hasta detenerse un par de Km por encima de La Tiñosa.
Se sabe que este volcán se hallaba en plena actividad en febrero de 1733, pues en ese mes el obispo de la diócesis, Pedro Dávila y Cárdenas, se encontraba en la isla en visita pastoral, manifestando en sus Sinodales refiriéndose al puerto de Arrecife: “Dios quiera conservarlo del volcán de que está amenazado”, significando con ello, sin duda alguna, que la corriente de lava bajaba entonces por Tahíche en dirección a Arrecife, la cual, como se ha dicho, terminó por desviarse hacia Los Mármoles y penetrar en el mar unos 300 m.

Montaña Colorada.- Se alza este otro volcán unos pocos centenares de metros al E del anterior, algo más próximo que aquél, por lo tanto, a Masdache.
Su figura es bastante regular, de cono truncado casi perfecto sobre una base de unos 700 m de diámetro. El cráter se abre en la parte superior y es proporcionalmente pequeño, asimismo circular, y poco profundo, presentando su interior un aspecto caótico al estar lleno de masas informes y revueltas de grandes pedruscos escoriáceos, algunos muy voluminosos, entre los cuales se abren unas grandes grietas a modo de surcos concéntricos entre sí y al perímetro del cráter, de unos 3 a 4 m de profundidad en algunos sectores.
El nombre que le dan las gentes de la comarca es este de Montaña Colorada, a causa, evidentemente, del acentuado color rojizo que presenta, muy en particular por la ladera que mira hacia el segundo cuadrante, por la que parece estar como teñida de sangre. Pero también lo llaman, en contra de lo que expone el geólogo español Hernández-Pacheco en su obra citada, La Montaña del Cascabullo por la cantidad de piedra menuda o grava que en ella hay, que este es el significado en la isla de ese vocablo de origen portugués. Lo que no es en absoluto de uso popular es titularlo de ‘caldera’ en lugar de montaña como figuraba en el mapa oficial de 1950, por lo que esta irregularidad toponímica fue subsanada en la edición de 1986 por indicación mía.
Como hecho histórico memorable cuenta este volcán el de haber sido el responsable de la expulsión de la corriente de lava que en abril de 1735 –y no en 1736, repito una vez más, como erroneamente se ha venido sosteniendo hasta ahora– se detuvo en el lugar en que más tarde se construyó la ermita de Los Dolores en conmemoración de tal acontecimiento, a donde, en aquellos momentos de consternación llegó la comitiva implorando la intercesión de la Virgen para que impidiera que la lava invadiera aquellos territorios.
Es muy probable también que fueran las lavas de este volcán las que sepultaron el cortijo de Iniguadén, una de las joyas más preciadas del señorío de Lanzarote, ya entonces seriamente dañado por las densas lluvias de lapilli expulsadas en años anteriores por el volcán de La Rilla. Un ramal de esta misma colada se dirigió hacia el N, y desbordando por el lado O a La Montaña de los Rostros que en unión de Montaña Coruja le cerraba el paso en su descenso hacia niveles inferiores, discurrió pendiente abajo en largo y angosto río de incandescente lava, y luego de pasar rozando a Montaña Tenésara por su lado O detuvo al fin su marcha a unos pocos centenares de metros de la costa, no muy lejos y a poniente de las Casas de Playa Tenésara.
Un fenómeno verdaderamente impresionante que pone de manifiesto la formidable violencia explosiva que alcanzó este volcán son las enormes bombas volcánicas que lanzó, las cuales pueden verse diseminadas a poca distancia de su base por el lado SE, una de las cuales en particular alcanza un tamaño descomunal para productos volcánicos de esta naturaleza, pues mide no menos de 5 m de altura en lo que queda a la vista, es decir, sin contar la parte que está enterrada en el subsuelo. Sólo he visto en la isla otra bomba volcánica que supera a ésta en tamaño, la llamada El Pajerito de cho Hilario, localizada a cosa de 1’5 Km al N del pequeño caserío de La Hoya, el que está junto a Janubio. Tiene esta enorme roca suelta forma de almendra, que es la figura prototípica de estos productos volcánicos, siendo su largo de casi 10 m.
El cabildo de Lanzarote, hace años, cuando todavía no había enraizado de forma tan profunda en la conciencia popular la sensibilización ecológica que hoy impera en la sociedad lanzaroteña, estigmatizó esta montaña abriéndole un enorme socavón en el costado N con la finalidad de extraer grava con que construir carreteras, sacrilegio que es aún más de lamentar habida cuenta del destacado papel histórico que le tocó jugar a este volcán en la cronología de la gran erupción de aquel siglo al ser el último que cerró la serie de los mismos y el responsable, como ha quedado explicado, de la erección de la ermita de Los Dolores, sede de la patrona de la isla.
Para finalizar me gustaría hacer la siguiente reflexión: Lo que llevo expuesto no es más que una relación parcial de algunos de los hechos ocurridos en aquellos años de actividad volcánica sin otra finalidad que la de dar a conocer en plan meramente informativo algunos de los aspectos mas relevantes de la erupción y de algunos de los volcanes que en ella se abrieron. Así expuesto el relato de tan pavorosa conflagración volcánica, sin un toque de mayor crudeza y realismo, resulta frío y distante y no causa mayor impresión en el ánimo del oyente. Pero para situarnos en ese otro plano de visualización mental de la cruda realidad acontecida es suficiente con echarle un poco de imaginación a lo ocurrido. No es difícil así hacernos idea de la enorme consternación y pánico generados por la terrorífica actividad de los volcanes durante tanto tiempo, con sus ensordecedores y continuados retumbos, la violenta expulsión hacia lo alto de grandes columnas de incandescentes materiales fragmentados, las densas nubes de cenizas que sumieron la isla en una tétrica lobreguez y los arrolladores ríos de ardiente lava que se echaban sobre las humildes viviendas y tierras de labor de los aterrados habitantes de la comarca.
Aquellos pequeños caseríos, modestas aldehuelas de dos centenares y pico de habitantes la que más, cuando no se reducían a simples complejos cortijeros de unos pocos edificios, en los que la vida cotidiana de sus moradores transcurría de forma apacible y rutinaria, se vieron de pronto sumidos en tan terrible y angustioso trance, sin poder hacer nada para evitarlo. Ante tal situación la reacción de aquellas gentes, como es fácil imaginar, no pudo ser otra, en primera medida, que la de coger sus pertenencias facilmente transportables más valiosas con la mayor celeridad posible y huir despavoridos en demanda de lugares de la isla alejados de aquel infierno.

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